En realidad, el letrero debería decir: "Me hubiera gustado darle un abrazo a Almeyda". El abrazo de Ponzio a Almeyda, el de Almeyda a Ponzio, y el de todos con todos tuvo el valor de las cosas sentidas que surgen espontáneamente en momentos irrepetibles. Sumarme ahora, a pedido de los editores, cuando ya pasaron unos días y estoy en una redacción frente a la computadora, tiene otra dimensión. Diferente. Menos emotiva pero sentida y pensada. Desde la convicción, lo banco a Almeyda pese a todo porque creo en él. Me parece buena persona, de buen corazón, íntegro y con coraje.
Lo banco pese a sus idas y vueltas, pese a que muchas veces no pienso lo mismo, lo abrazo porque creo en objetivos y valores superiores a 11 jugadores que corren detrás de una pelota. Creo en su honestidad, que pone al que piensa que será mejor para el equipo, creo que cuando se equivoca es capaz de pedir perdón, que asume con entereza y transparencia la representación de un club que en los últimos años no tuvo, precisamente, entereza ni transparencia. Que es un tipo que aun exitoso y con guita no se olvida de sus orígenes, que considera importante la cultura del trabajo, que eligió como referente a otro representante de esa misma idea como Trezeguet. Creo que para Almeyda no es lo mismo hacer las cosas bien que hacerlas mal y creo que no va a traicionarse por un punto, que no es capaz de cualquier cosa, que tiene valores, que tiene principios. Tal vez suene un poco idealista, pero el tipo es uno como cualquiera de nosotros, que tiene debilidades. Almeyda está aprendiendo el oficio de entrenador con la humildad de aceptar errores y, entonces, puede aprender. Porque ese león que habita dentro suyo tiene direccionado el instin- to animal competitivo que no lo deja descansar en busca de la superación. Cambia, cambia y cambia para mejorar, pero como aho- ra no creo que se le cruce por la ca- beza sacar a Ponzio o a Mora, esa supuesta debilidad puede transfor- marse en fortaleza. Van estas líneas por ese abrazo del que habrían que- rido participar todos los de River de verdad, después de hacer un gol como el que hizo Ponzio, claro.
Lo banco pese a sus idas y vueltas, pese a que muchas veces no pienso lo mismo, lo abrazo porque creo en objetivos y valores superiores a 11 jugadores que corren detrás de una pelota. Creo en su honestidad, que pone al que piensa que será mejor para el equipo, creo que cuando se equivoca es capaz de pedir perdón, que asume con entereza y transparencia la representación de un club que en los últimos años no tuvo, precisamente, entereza ni transparencia. Que es un tipo que aun exitoso y con guita no se olvida de sus orígenes, que considera importante la cultura del trabajo, que eligió como referente a otro representante de esa misma idea como Trezeguet. Creo que para Almeyda no es lo mismo hacer las cosas bien que hacerlas mal y creo que no va a traicionarse por un punto, que no es capaz de cualquier cosa, que tiene valores, que tiene principios. Tal vez suene un poco idealista, pero el tipo es uno como cualquiera de nosotros, que tiene debilidades. Almeyda está aprendiendo el oficio de entrenador con la humildad de aceptar errores y, entonces, puede aprender. Porque ese león que habita dentro suyo tiene direccionado el instin- to animal competitivo que no lo deja descansar en busca de la superación. Cambia, cambia y cambia para mejorar, pero como aho- ra no creo que se le cruce por la ca- beza sacar a Ponzio o a Mora, esa supuesta debilidad puede transfor- marse en fortaleza. Van estas líneas por ese abrazo del que habrían que- rido participar todos los de River de verdad, después de hacer un gol como el que hizo Ponzio, claro.
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